martes, 15 de octubre de 2013

PEDRO URIBE ECHEVARRÍA - IN MEMORIAM

UNA VIDA PLENA Hoy he comprendido que la muerte de un maestro deja para siempre huérfano y solo a su discípulo. Pedro Uríbe-Echevarría fue para mí maestro, amigo y compañero de aventuras y desventuras. Le debo entre otras cosas haberme introducido en el mundo de la botánica transmitiéndome toda la pasión y un poco de su sabiduría. Era una verdadera eminencia, el arquetipo del sabio entregado enteramente a su trabajo pero dotado a la vez de otras sensibilidades. Recuerdo como un viaje iniciático aquel periplo en auto-stop para ir a tocar en el metro de París, emulando a nuestros héroes del momento. Recuerdo las infinitas correrías por todos y cada uno de los rincones de los montes vascos para descubrir una recóndita y hermosa colonia de vedegambre, la mítica hierba de ballesteros, o un olmo colosal al borde de una charca. Su percepción del paisaje era siempre lúcida y tenía una extraordinaria capacidad y un fuerte carácter para evitar todas las trabas y mediocridades, todo lo que pudiera distraerle y apartarle de su incansable búsqueda primero en el monte y luego entre los pliegos del herbario. Muchas veces lo veía como un verdadero anacoreta, concentrado en estudios sublimes o un alquimista en la búsqueda eterna de la piedra filosofal. Creo que la encontró finalmente, pero más que una piedra fueron sus mapas de vegetación detallados, nuevas especies y subespecies, incontables citas novedosas, libros extraordinarios que nos permiten, no sólo encontrar las descripciones detalladas de las plantas, sino sus más secretas predilecciones. Gracias a él, Álava y el País Vasco en su conjunto, se conocen mejor a sí mismos y somos muchos los que nos sentimos deudores de un modo de transmitir la ciencia; pragmático y en gran medida disidente de las formas ortodoxas y academicistas, pero sobre todo generoso. Yo era muy joven quizá para apreciar en su justa medida todo el caudal de sus enseñanzas, pero su impronta fue para mí esencial. Pedro vivió muchas vidas, la del científico, la del filósofo, la del poeta… y sobre todo y antes de nada, la de su familia junto a Carmen y sus hijos, Adrian, Xavier y Leyre. Para ellos este sentido pésame, pero también su inmenso legado. Porque además de una vida dedicada a la investigación le debemos la defensa comprometida del patrimonio que estudiaba y en este sentido su postura ética ante el mundo fue siempre inequívoca, incluso en las situaciones más difíciles. Llegados a este punto uno se pregunta por qué una personalidad tan relevante es tan poco conocida y reconocida. La respuesta es sencilla. Siempre ser mantuvo fiel a la ciencia y a su conciencia. Honestidad, integridad, dignidad, generosidad… virtudes que lamentablemente casan mal en nuestra sociedad con el éxito profesional. Por eso nunca ha alcanzado ni la décima parte del reconocimiento merecido. Nunca se casó con nadie y mantuvo su rigor y su independencia hasta ayer. Creo que este es el gran triunfo de un ser humano, cualquiera que sea su cultura o sistema de creencias. Llegar al final íntegro. Acabo de enterarme, amigo Pedro: cinco rosas rojas han sido colocadas en el lugar del accidente. Al menos, los jardineros de Vitoria, sí han sabido reconocerte y despedirte como a un personaje único e irrepetible. Dondequiera que no estés, Pedro, hoy tengo necesidad de expresarte mi admiración perenne.